miércoles, 25 de agosto de 2010

Barquitos de papel



"Ojalá fuese tan sencillo como hacer un par de pliegues en un papel y echarnos a navegar sobre aguas que desconozcan el tinte de la aventura.
Los sueños son los que viajan como fieles marineros para mantener a flote el barquito que es azotado por las mareas. Puede llegar a destino o hundirse después de tanta lucha. Pero al fin y al cabo siempre habrá más barcos que aparezcan por las mismas aguas una y otra vez.
La vida es la metáfora de esos "barquitos" que naufragan hasta llegar a esa isla en que solo se hacen realidad y de aquellos que no sobreviven a las tempestades y se convierten en pequeños tesoros que quedan en el fondo hasta que un intrépido buzo los saqué a flote nuevamente."

"Todo barquito de papel necesita del viento para poder avanzar y no sucumbir en la quietud que el agua aprovecha para llevarlo en un viaje sin retorno hacia las profundidades".

Necesitamos marineros y viento.

sábado, 10 de julio de 2010

Sueños vívidos



("los sueños en que estoy muriendo son los mejores que tuve")

viernes, 15 de mayo de 2009

"Una sonrisa ajena por una lágrima nuestra" basado en un cuento chino









Una música que por incordiosa y suave suspira en mis oídos queriendo caminar sobre la superficie de la piel poniendo un sumo de acordes en completa excitación. Se cuela sobre las rendijas de mi ventana a medio cerrar, una luz que proviene del único faro sostenido de un poste de madera percutido por el paso del tiempo. Ese rústico jardín de flores marchitas por el advenimiento del invierno y ese rocío que penetra sobre los pétalos agonizantes haciendo arder lo poco que llevan de vida, permanece inalterable bajo las sombras de una noche sin luna. En el interior, un ambiente austero y prácticamente abandonado a la suerte de unas partículas que brotan desde los rincones más recónditos. Solo una mesa (que intenta arrastrarse por el suelo llevando una diminuta botella blanca y un pocillo negro con apenas unas gotas suicidas de una bebida transparente) y un almohadón rojizo son los acompañantes bajo esas cuatro paredes. Una gota de sudor frío recorre el vidrio de la ventana, llevando a su paso los restos de agua latente en perfecta suspensión. 

La puerta de la habitación, construida de grandes cuadrados de bordes de madera y centro de papel, se cierra emitiendo un sonido áspero y seco. La música se corta. El aire se densifica. Todo se suspende. Minutos eternos que nadie cuenta. No hay meditación. La respiración se hace evidente en breves instantes y vuelve al olvido. Una bocanada de aire lleva vida a los movimientos. Caigo al vacío. Caigo a tu recuerdo. Caigo en aquellas situaciones que vivimos. Imploro poder olvidar las malas y conservar las buenas. Me hiela la sangre. Estoy solo. Siento el eco de mi voz en el vacío. Mi voz se estremece a gritos que viajan hasta el infinito. Quiero volver a esa habitación pero cada vez más lejos huye de mí. 


[continuará]



En tu camino por un momento (Segunda parte)

En la antigüedad, se solía transmitir las historias de boca en boca. No existía el papel, por lo que los oradores recurrían a su memoria para poder contarla lo más precisa posible. Lo más lindo de ese método de transmisión era que cada orador le daba su toque de personalidad a cada obra. Era un historia diferente a cada uno.

El relato que comencé a contar minutos, horas, días atrás, quién sabe cuando... se trata en parte de eso. Lo cuento a mi manera, cada uno tendrá la suya para hacerlo. Se agregaran elementos, se quitaran otros, se dará importancia a ciertos detalles y a otros no. Se implementará cierta subjetividad.


En fin, mi historia continúa así:


Los momentos de acercamiento, de exploración de cada uno siguieron a cada uno de sus encuentros futuros. La pareja de niños prosperó: sus anclas permanecieron unidas en medio de la inmensidad del océano, sus botes eran uno. Un viaje a costas desconocidas, un acercamiento más al corazón del otro. Un trabajo en común.

Dueños de sus mañanas, de sus baños, de sus desayunos, de contemplar la noche desde una costa solitaria y un cielo estrellado. Fueron inseparables. Vivían solo de lo que experimentaban. Eran uno. Encajaban exactamente como las partes de un rompecabezas de solo dos piezas. Pero nadie esperaba que el océano se mantenga calmo durante mucho tiempo. La tormenta de los años pasados volvió a aparecer, los sueños de crecer juntos se fueron corrompiendo y los miedos reaparecieron. Los botes unidos se fueron separando con la marea. Los niños comenzaron a verse envueltos en una lluvia interminable que impedía que ambos pudieran verse claramente y su confianza fue flaqueando. Su corazones cayeron al fondo del mar y al intento de alcanzarlos nuevamente, cayeron en un abismo más profundo. Lo que antes era cariño y comprensión, se convirtió en bronca y rencor. No se hablaban con aquellos sentimientos que tenían cuando se conocieron y no encontraron la forma de ponerle fin a la tormenta.

Una tarde de invierno, la niña no soportó más la tempestad. Tomó sus valijas y escapó en un bote salvavidas que pasó cerca de donde estaban ellos. Se fue dejando la bronca, la ira, los recuerdos, los proyectos, las canciones. Dejando al niño que tiempo atrás conoció en aquellas noches de soledad. No sé sabe si se olvido de él o simplemente lo lleva en su mente donde quiera que esté para volver cuando pase la tormenta. Esta vez se fue y nadie sabe donde. No hay comunicación, no hay contacto. Cuanto más se aleja, la distancia física es mayor, pero la distancia entre sus almas, va perdiendo su fuerza. 

El niño quedo solo nuevamente. Ahogado en su pena, recurrió a algo que tiempo tenía olvidado: el anotador, sus recuerdos, los objetos tangibles que aquel amor llenó de emociones. Quedo solo en una orilla olvidada. Escribiendo en aquel anotador, mezclando sus palabras con las de la niña. Mismas emociones, mismos miedos, mismas angustias, mismos dolores y broncas que solo 12 meses hicieron coincidir en sus hojas entre dos personas diferentes. Le escribe al viento, le escribe a la arena. Escribe mensajes dentro de botellas con la esperanza de que una de ellas llegue a la niña. 


Espera en aquella orilla donde encallaron sus barcos. Sentado... escurriendo sus lágrimas en la arena y la lluvia disimulándolas...


Espera aquel amor con su corazón rescatado del fondo de mar en las manos...


Solamente espera...



No todas las historias tienen finales felices, aunque no digo que esta tenga uno infeliz. Me gusta pensar que las ganas y el amor que uno siente por el otro sobreviven a las tormentas, al tiempo y la distancia. Me gusta contar mi propio final, porque al fin y al cabo, la imaginación no tiene límites y el destino no está escrito. Cada uno lo escribe a su manera, enfrentando tempestades, broncas, enojos, amores y desamores. En soledad o en compañía de la persona que ama. 



Mi final sería:


El día menos pensado, una mañana muy temprano, se escucho un chapoteo que se acercaba hacia donde reposaba el niño. Los golpes de unos pies tan chiquitos como los de él sonando contra la arena y el agua lo despertaron. El sol encandilaba su vista. La sombra de una persona yacía de pie frente a él. Él reaccionó cubriéndose la cara con una de sus manos. Era la niña? Crecieron juntos? Vivieron juntos para siempre?


Lo cierto es que no hay finales para estas cosas. No es una historia. No es un cuento de hadas, como dije, donde existen finales felices. Si fuera así tendría un final y en realidad no tengo intenciones de que lo tenga. Lo dejo a la sabiduría de cada uno y en la imaginación y deseos del que lea este relato...


...


No quiero un final para nuestra historia,

quiero seguir constrúyendola...


en contra del viento y la marea

te elegí a vos...


Érase una vez... (Primera parte)

Esta es una historia de un niño y una niña. Aconteció no hace más de un año y días.
Según cuenta la leyenda se conocieron en los pasillos de una gran construcción oscura mucho tiempo antes de que surjan los hechos que voy a contar a continuación. 

De todas formas yo prefiero contarla a mi manera:
Se conocieron casualmente navegando por anchos mares de soledad y tristeza, detrás de un "on your way for a while", de un "minimalismo", de unos acordes furtivos noche tras noche y frases como "cold", "white snow", "looking at the surface, but the beaty is inside", "any other name", de una ciudad llamada Macondo y los Buendia... en fin detrás de muchas palabras que llegaban al corazón del otro.
Un día pudieron sortear la marea roja y, por casualidad, sus brújulas perdieron el norte. Sus vidas se encontraron dentro de un mundo que no era de él ni de ella; estaban dentro de una burbuja. Una burbuja muy particular: estaba empañada. No importó el motivo, no hubo tristeza ni soledad. Hubo simplemente un momento de encuentro entre almas, entre sentimientos compartidos. 
Después de ese instante se volvieron a separar. Cada uno volvió a su mundo, a sus aguas, a su barco, y porque no mencionarlo, a su soledad y tristeza.
Pero no eran los mismos que antes, algo había cambiado en ellos. Algunos miedos fueron más intensos que otros, pero al final de cuentas, los dos robaron algo del otro. Algo sus corazones se mantuvo en secreto.
Volvieron a transmitirse sus pensamientos en acordes, a través de cartas escritas al viento y señales de humo. Ambos estaban pendientes del otro y aunque no lo sabían, estaban enamorándose.
Así paso la lluvia, la nieve, el frío, hasta que un día llego en que la niña tuvo que irse muy lejos. Los motivos no eran muy precisos pero lo cierto que tuvo que partir, sin fecha de regreso, sin saber como se volverían a poner en contacto. Quizá volvía a Macondo, a los Buendía, a esos caminos que la memoria no tiene de regreso. No se sabía. Lo cierto es que el niño iba a quedar esperándola pasara lo que pasara. Él iba a estar en el mismo lugar del que ella se fue, esperando, pensando en lo que sería de ella y de sus sentimientos. Antes de la partida de la niña, el niño decidió confiarle algo preciado para él: un anotador. No era cualquier anotador, era el anotador para él. Tenía muchas notas que escribía con el paso de los años para ayudarlo a sobrellevar momentos difíciles. Le entregó ese objeto con motivo de que pudiera ayudar a la niña a superar la tristeza que traía desde años atrás, y la promesa de que escriba algo en él.
El día de partida llego, y tuvieron que separarse. Ambos sufrieron ese momento pero sabían que la distancia no tenía fronteras para ellos...

Las agujas del reloj fueron marcando repetidamente la 1 y cuarto de la mañana. El tic-toc fue inconstante. A veces se detenía, otras volvía a marchar más rápido. Aunque existía la distancia y no había comunicación, las palabras siguieron creándose y no tardó mucho en darse cuenta el niño que el anotador fue su manera en que la niña logrará confiar en él parte de su vida, de sus miedos, de sus angustias y de los sentimientos que ella tenía hacia él.

La distancia y el tiempo acrecentaron su sentimiento y el amor surgió entre ellos. No se puede decir que vivieron felices para siempre, porque la historia no termina acá. Ojalá pudiera terminar así, como los cuentos de hadas. Pero en realidad esto no es un cuento, esto es una historia entre dos seres diferentes que encontraron el amor en una noche de soledad.

martes, 24 de marzo de 2009



my face is bullet proof because of you!