viernes, 15 de mayo de 2009

Érase una vez... (Primera parte)

Esta es una historia de un niño y una niña. Aconteció no hace más de un año y días.
Según cuenta la leyenda se conocieron en los pasillos de una gran construcción oscura mucho tiempo antes de que surjan los hechos que voy a contar a continuación. 

De todas formas yo prefiero contarla a mi manera:
Se conocieron casualmente navegando por anchos mares de soledad y tristeza, detrás de un "on your way for a while", de un "minimalismo", de unos acordes furtivos noche tras noche y frases como "cold", "white snow", "looking at the surface, but the beaty is inside", "any other name", de una ciudad llamada Macondo y los Buendia... en fin detrás de muchas palabras que llegaban al corazón del otro.
Un día pudieron sortear la marea roja y, por casualidad, sus brújulas perdieron el norte. Sus vidas se encontraron dentro de un mundo que no era de él ni de ella; estaban dentro de una burbuja. Una burbuja muy particular: estaba empañada. No importó el motivo, no hubo tristeza ni soledad. Hubo simplemente un momento de encuentro entre almas, entre sentimientos compartidos. 
Después de ese instante se volvieron a separar. Cada uno volvió a su mundo, a sus aguas, a su barco, y porque no mencionarlo, a su soledad y tristeza.
Pero no eran los mismos que antes, algo había cambiado en ellos. Algunos miedos fueron más intensos que otros, pero al final de cuentas, los dos robaron algo del otro. Algo sus corazones se mantuvo en secreto.
Volvieron a transmitirse sus pensamientos en acordes, a través de cartas escritas al viento y señales de humo. Ambos estaban pendientes del otro y aunque no lo sabían, estaban enamorándose.
Así paso la lluvia, la nieve, el frío, hasta que un día llego en que la niña tuvo que irse muy lejos. Los motivos no eran muy precisos pero lo cierto que tuvo que partir, sin fecha de regreso, sin saber como se volverían a poner en contacto. Quizá volvía a Macondo, a los Buendía, a esos caminos que la memoria no tiene de regreso. No se sabía. Lo cierto es que el niño iba a quedar esperándola pasara lo que pasara. Él iba a estar en el mismo lugar del que ella se fue, esperando, pensando en lo que sería de ella y de sus sentimientos. Antes de la partida de la niña, el niño decidió confiarle algo preciado para él: un anotador. No era cualquier anotador, era el anotador para él. Tenía muchas notas que escribía con el paso de los años para ayudarlo a sobrellevar momentos difíciles. Le entregó ese objeto con motivo de que pudiera ayudar a la niña a superar la tristeza que traía desde años atrás, y la promesa de que escriba algo en él.
El día de partida llego, y tuvieron que separarse. Ambos sufrieron ese momento pero sabían que la distancia no tenía fronteras para ellos...

Las agujas del reloj fueron marcando repetidamente la 1 y cuarto de la mañana. El tic-toc fue inconstante. A veces se detenía, otras volvía a marchar más rápido. Aunque existía la distancia y no había comunicación, las palabras siguieron creándose y no tardó mucho en darse cuenta el niño que el anotador fue su manera en que la niña logrará confiar en él parte de su vida, de sus miedos, de sus angustias y de los sentimientos que ella tenía hacia él.

La distancia y el tiempo acrecentaron su sentimiento y el amor surgió entre ellos. No se puede decir que vivieron felices para siempre, porque la historia no termina acá. Ojalá pudiera terminar así, como los cuentos de hadas. Pero en realidad esto no es un cuento, esto es una historia entre dos seres diferentes que encontraron el amor en una noche de soledad.

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